viernes, 31 de diciembre de 2010

Feliz año nuevo

Soy de aquellos que no presta demasiada atención a las fechas señaladas. De aquellos que evita las felicitaciones y celebraciones puntuales como si fueran imprescindibles en nuestra vida diaria. ¿Qué es navidad? Pues bueno, mañana seguramente no lo sea. ¿Qué viene el año nuevo? Pues muy bien, dentro de diez días todos estaremos maldiciendo el nuevo año. Y todo seguirá igual, independientemente de las fechas; no habrá ni un cambio radical, ni de repente el negro se volverá blanco, ni los bancos repartirán dinero, ni las administraciones se volverán eficientes. Así es, y llámadme negativo o de carácter áspero, los insultos, los dejo a vuestra elección.
En el cumpleaños, más de lo mismo. La típica pregunta, ¿no te sientes más viejo?, pues no, no me siento más viejo. Me sentiría más viejo si mirara cinco años atrás, con el pelo más fuerte, la espalda menos contraída, y las arrugas más disimuladas, pero por un día, lo único que espero es que haya un buen regalo sobre la mesa y la gente como mínimo sea algo más simpática conmigo. Y aún así.

Pero en fin, se acaba el año y toca de nuevo el protocolo de las uvas, la ropa interior roja, y la copa de cava. Por cierto, el cava, que gran tema. Esa bebida que parece que tienes que beber por obligación. Coño, ni que fuese una hipoteca. ¡Que no vendrán a retirarte el año nuevo si no la bebes! Cuanta gente he sentido que dice, es que a mi no me gusta el cava pero como hay que brindar. ¿Qué eres masoca entonces? ¿Sabes que la copa sigue efectuando el mismo sonido aunque la bebida de dentro no sea cava? Sí, también puedes hacer chin-chin. Pues si no te gusta el cava, ponte cola, agua, o un buen whisky para olvidar al día siguiente. Porque empezar el año con cara de asco, como si te hubieras comido un limón, pues tampoco es plan. Y no mencionaré el tema de la ropa interior roja, que se sugiere casi tan absurdo como Nobel de Obama. ¿Acaso la gente piensa que el Dios de la suerte es un voyeur comunista? Por favor.
Pero bueno, es lo que hay. Cena, uvas, cava, excentricidades del familiar de turno, programas infames de televisión con un humor desgastado, la clásica broma de "nos vemos el año que viene", y la borrachera que destapa las miserias de tantas personas que considerábamos respetables, hasta ese momento, ya sea en casa, en el restaurante, en una discoteca, o en un desafortunado contenedor de basura.

Sí, ya, pero venga, lo digo: Feliz año nuevo a todo el mundo, y que el 2011 sea un año espectacular, sublime, fantástico; uy, la panacea de todos los años. Seguro que lo será ;-)

jueves, 23 de diciembre de 2010

Cuando los ricos quieren ser más ricos

La "ley Sinde" llegaba a su cita de aprobación en el congreso con buena salud; pero después de la marcha atrás de algunos grupos, que seguramente habrán primado su reputación social por encima de las presiones y convicciones internas, la ley empieza a dar coletazos y parece agonizar. Las reacciones por diferentes bandos no se han hecho esperar. Internautas y no internautas, que no se encuentran en las altas esferas de la sociedad, han aplaudido mayoritariamente el desenlace; mientras, algunos creadores de élite -entendemos, con dinero y notoriedad social-, han expresado su malestar por la marcha atrás de esta ley que quiere mutilar parte de la libertad en la red.

Dicen en un artículo de El Pais, que la cultura -músicos, cineastas, y escritores-, están indignados. Pero yo me pregunto, ¿Quién es la cultura? ¿Quién la representa? La cultura, afortunadamente para este país, no son cuatro gatos que están en la élite y desean aumentar aún más sus cuentas corrientes; que en vez de tener dos chalets, les gustaría tener tres. La cultura somos todos. La cultura es cualquier persona del día a día, que hace eso, cultura. Que escribe, canta, ilustra, fotografía, diseña, y muchas cosas más, para poder pagar sus impuestos, tener un piso, y permitirse de vez en cuando algunos caprichos. Son personas que están básicamente al mismo nivel social que un mecánico, un carpintero, un administrativo, o cualquier otra profesión tan respetable. Como digo, por fortuna, la cultura es demasiado extensa y no se reduce a estos personajes del artículo citado.

Desde pequeño me han apasionado muchos ámbitos de la cultura, y me ha encantado compartir mis creaciones con los demás. No tengo chalet, ni siquiera coche. Vivo como la gran mayoría de personas de este país trabajando día a día para llegar a fin de mes, y cuando llego del trabajo, tengo ánimos y mucha ilusión para seguir creando, aunque muchas veces la remuneración brille por su ausencia. Para muchos es difícil de entender, pero cuando te gusta algo, lo entiendes. Y claro que aspiro a más, no voy a ser tan hipócrita como para asegurar que rechazaría mayor compensación por lo que hago. Todo el mundo quiere que le valoren su trabajo. Pero una cosa es que tu trabajo del día a día sea más o menos valorado, y otra muy distinta, lo que pretenden estos personajes que dicen representar la cultura del país, que es vivir de su obra por el resto de los días sentados desde el sofá, e irse enriqueciendo más y más. Sobretodo cuando solo son una pequeña parte de la cultura de este país, y deberían darse por unos enormes afortunados al tener un nivel de vida tan alto, en comparación al resto de los mortales, incluso de los que se dedican a lo mismo que ellos. Pero no, aún así, quieren más. Quieren que los que tenemos menos, les demos más. Es curioso, que en cambio, no digan que las subvenciones que ellos reciben, infinitamente superiores al resto de "creadores" -la mayoría, sencillamente no tienen-, las estamos pagando entre todos; y cuando digo todos, también me refiero al lampista que después se baja una canción, o al dependiente que mira una película por internet.

Y si hablamos de temas de robo y piratería, yo también me podría quejar. A mi también me han robado. Me ha robado la SGAE, que no está demasiado por la labor de fomentar la cultura en este país, sino por fomentar las arcas de aquellos que más tienen. Cuando hice mi primer cortometraje, nadie, por descontado, me subvencionó. Es más, perdí tiempo y dinero. Cada vez que grababa mi obra en un DVD estaba pagando dinero a la SGAE, por la cara, porque así lo dice un cánon sin ningún tipo de sentido. Grabé más de 100 cortometrajes, y me robaron más de cien veces por una obra que encima era mía, realizada con el sudor de mi frente. Esto fue en 2004. Desde entonces, han pasado seis años y he realizado muchos más proyectos que han ido aumentando las arcas de una institución que se proclama como la defensora de la cultura. Pues bien, yo también formo parte de la cultura, y más que defenderme, me han atracado.

Y esto sucede, cuando los ricos quieren ser más ricos, robando a los pobres.

lunes, 20 de diciembre de 2010

Esperando

Han pasado los años y ya no tengo que preocuparme por coger sitio; prácticamente tengo el banco para mi solo. Qué silencio. Como pasa el tiempo. A veces me siento como un legionario, aquel que siempre sobrevive a cada una de las batallas, pero va viendo caer a los suyos por mucho que no quiera mirar atrás. Y yo siempre voy para delante, pensando que no caeré. Aunque francamente, hay veces que me gustaría ser abatido, descansar de tanto ajetreo. Esta guerra, ya no es la mía, y no logro entender para qué lucho. No comprendo si este sufrimiento, esta incansable batalla, favorece a los míos, o les perjudica. Incluso pienso que lo mejor sería dejarlo, tanta guerra no es buena. Es mejor quedarse tranquilo, pero con una pizca menos. No merece la pena. Aunque por otra parte, quiero seguir corriendo; será por orgullo propio, de ver como después de tantas batallas yo siempre he estado triunfante. Sí, orgullo propio. De hecho, poco más. La persona que más quise hace tiempo que se fue. Así que, ¿a quién tengo que demostrar nada? A nadie, a mi mismo. Claro, si supiese a seguras que mi rendición me volvería a dejar con los que cayeron, no dudes que me rendiría sin rechistar; alzaría la bandera blanca bien arriba, tiraría todas las armas bien lejos de mi, y gritaría bien alto para anunciarles mi vuelta. Pero no tengo la seguridad de que pueda regresar. A lo mejor rendirme es apresurar la perdición de todo. Por lo menos aquí, sé que mis amigos surcan por estos vientos que aún puedo recordar. Y muchas veces con eso me basta. Aunque reconozco que otras, otras, se me hace tremendamente doloroso. En fin, demasiado tiempo libre. Lo mejor será que vaya a recoger al pequeño al colegio, que ya casi es la hora.

sábado, 11 de diciembre de 2010

Un día con Francisco Cebollo

Tenía cuatro cabras, dos vacas, un perro, cinco gallinas, y un gorrión. Se levantaba cada día a las cinco de la mañana; ordeñaba a Racinta, su vaca más joven, los lunes, miércoles, y festivos, mientras que Corzuela, su vaca más longeva, era ordeñada los días restantes, martes, jueves, y viernes. Después de tomarse su leche fresca, con un trozo de pan, aceite, y queso fresco de sus propias cabras, Francisco Cebollo, nuestro hombre, se sentaba a reposar media hora en su butaca de madera de roble, acolchada con esponja y lana. Pasados los treinta minutos, se levantaba haciendo ligeros movimientos de estomago, y se apresuraba para ir al lavabo. En apenas cinco minutos, salía del mismo con una ligera expresión de bienestar, se arremangaba sus duros pantalones vaqueros, se colocaba sus botas de toda la vida, y se llevaba a la boca un desgastado palillo de madera. Salía de casa y se paseaba por lo alto de la pradera durante tres horas. Al regresar, llevaba consigo un gran saco repleto de ramas, que posteriormente situaba en su robusta chimenea para calentar el comedor. Mientras el calor iba tomando la estancia, se dedicaba a compartir su tiempo en el establo con sus amados animales. Al acabar, volvía a su comedor caliente y acogedor, y preparaba todo lo necesario para comer sobre su mesa de arce rojizo; que poco después estaba dispuesta con diversos manjares, desde los quesos más artesanales, hasta las hortalizas y las frutas más frescas. Al terminar la comida, nuestro querido amigo se sentaba nuevamente en su butaca, gozando de una siesta de tres horas acompañado del silencio más generoso y el ligero cantar de los pajarillos. Al despertar, después de dibujar un bostezo de dantescas proporciones, se disponía a controlar el establo y dejar todo listo para el día siguiente. Caía la noche, y Francisco Cebollo recargaba su chimenea con más ramas recogidas de la mañana, al tiempo que abría su pequeño armario del comedor, y extraía un viejo teléfono de rueda. Al cabo de cuarenta minutos, ya había llegado la pizza a su cabaña; la cena estaba lista, y al terminar, Francisco Cebollo se tumbaba sobre su cama de lana, preparándose así para otro día agotador.